Cada 25 de noviembre se celebra el Día Internacional contra la Violencia hacia las Mujeres porque, en el mundo, al menos una de cada tres ha sido golpeada, forzada a tener relaciones sexuales o maltratada de alguna manera a lo largo de su vida. Todo esto les ha pasado sólo porque han nacido siendo mujeres en un contexto en el que, aún hoy en día, no se reconoce ni se respeta ni se valora de forma generalizada todo lo que las mujeres son y aportan.
En tu entorno también puede haber alguna mujer que esté sufriendo violencia...Pero tú puedes relacionarte con quienes te rodean sin violentarte ni violentar. De este modo, además, podrás ayudar a que las mujeres (o tú misma, si eres mujer) dejen de sufrir violencia sólo por pertenecer al sexo femenino.
Aquí os dejamos un cuento muy apropiado para trabajar con los niños y niñas la Igualdad entre géneros.
Narrador: Había una vez una arbolita a la que le
gustaba el aire, el SOL las nubes y
hablar con sus amigos. La arbolita era pequeña y se llamaba Acacia.
Acacia: Cuando sea mayor, llegaré hasta el cielo con
mis ramas, daré reposo a los pajaritos y sombrita a los niños y las niñas que
se acerquen a mí.
Narrador: Aquel invierno, las nubes trajeron copitos
blancos para alfombrar el bosque.
Acacia: Señor gorrión, Señora gorriona, aquí pueden
instalarse.
Narrador: Al llegar la primavera, florecieron los
campos. Los pajarillos habían sobrevivido al frío gracias a la generosidad de
Acacia. Un día, a la hora de la siesta, cuando los pinos se miran en el río y
los sapos duermen en las charcas, Acacia habló con un árbol.
Acacia: Hola me llamo Acacia ¿cuál es tu nombre?
Robledo: Hola arbolita, soy Robledo ¿quieres ser mi
amiga?
Acacia: Sí, claro, ¿Cuántos años tienes?
Robledo: Once ¿y
tú?
Acacia: Yo tengo diez, pero sé contar historias.
Robledo: ¡Ah, qué bien!.
(Robledo y Acacia
jugaron a mover las ramas para saludar a los aviones.)
Narrador: Con el tiempo, Acacia y Robledo crecieron,
se hicieron novios y se casaron. Pero ocurrió que, al poco tiempo, Robledo
desplegó todas sus ramas sobre ella.
Acacia: ¿Qué haces, Robledo? No veo nada.
Robledo: A partir de ese momento yo cuidaré de ti, y
te protegeré de los pájaros, de la nieve y de todo lo que pueda molestarte.
Acacia: Pero... yo no necesito que me protejas. Si me
cubres con tus ramas, no podré ver el sol, ni me llegará el aire, ni
podré conversar con las nubes; me quedaré triste y dejaré de florecer…
Narrador: Robledo no le hizo caso
Narrador: Así fue como Acacia se quedó prisionera
entre las enormes ramas de
Robledo. De vez en cuando, entre las hojas, se
colaba un rayito de sol y ella asomaba los ojillos para
saludarlo.
Robledo enseguida plegaba bien las hojas y la volvió a envolver en la oscuridad. Y ocurrió que como
Acacia no podía crecer hacia arriba, comenzó a crecer hacia abajo. Allí abajo
no había sol, ni nubes, ni pájaros. Sin embargo, también existían
lugares preciosos que descubrir como manantiales ocultos de agua fresquita y
transparente que la ayudaron a sobrevivir. El viento, que iba recorriendo el
bosque enseguida se dio cuenta de lo que
ocurría.
Viento: Oye, Robledo, ¿por qué no te apartas un poco y
dejas que Acacia y crezca igual que tú?
Narrador: Pero Robledo no hizo caso y siguió tapando a
su mujer sin dejarla apenas respirar. El viento se enfadó y comenzó a soplar. (Interactuar
con los niños para que hagan el viento), Y sopló…Y sopló…Y sopló tan fuerte que
todos los árboles que no estaban bien agarrados al suelo salieron volando;
entre ellos Robledo, cuyas raíces apenas tocaban la tierra. Acacia se había
quedado tan pequeña y escuchimizada, que más que una arbolita parecía un
arbusto. Sin embargo, sus raíces eran tan profundas que la mantuvieron en
tierra a pesar del vendaval.
Narrador: Robledo fue dando tumbos por los campos
hasta perder todas sus ramas, cayendo cerca de un río donde un leñador lo
encontró y se lo llevó a su casa por si necesitaba leña para el fuego. Acacia
volvió a ver el sol y sus ramas lucían tan fuertes que todos los pájaros
querían colocar allí sus nidos.
Narrador: Y así fue como el viento liberó a nuestra
arbolita de Robledo, un árbol cabezota, que no comprendía que los arbolitos y
las arbolitas deben crecer juntos pero respetando el espacio y las necesidades
de cada uno. Ahora, Acacia se ha convertido en una arbolita preciosa, que se
pasa el día contando historias a las nubes, para que las guarden en sus maletas
viajeras y las lleven a otros lugares donde haya niños y niñas a las que les
gusten los cuentos.
CONCLUSIÓN: Si alguna vez escuchas rugir al viento, no
te asustes, seguro que está enfadado porque algún árbol, como Robledo, se
empeña en adueñarse de otro y no le deja crecer.
Me enseñaron la vergüenza.
ResponderEliminarMe enseñaron a avergonzarme de mi cuerpo, de mis actos, de mis pensamientos.
Me enseñaron que lo que pienso es absurdo, que lo que hago es ridículo, que lo que deseo es sucio.
Y aprendí a no decir lo que pensaba, por vergüenza de que alguien a mi alrededor pensara algo mejor.
Y aprendí a no hacer lo que me apetecía, por vergüenza de que alguien a mi alrededor creyera que era inoportuno.
Y aprendí a no perseguir lo que deseaba, por vergüenza de que alguien a mi alrededor opinara que era inapropiado.
No contenta con someterme a la mirada externa, me plegué también a la vergüenza ajena.
Y aprendí a preguntarle a la vergüenza cómo vestirme, no vaya a ser que alguien pensara que voy buscando gustar, destacar. Y aprendí a escuchar a la vergüenza al desnudarme, no vaya a ser que me sintiera cómoda en mi cuerpo, y me acostumbrara a enseñar(me)lo sin miedo. Y aprendí a consultar con la vergüenza antes de abrir la boca, no vaya a ser que dijera sin filtro lo que me pasa por la cabeza, y se enterara la gente.
Y dejé de bailar, de reír a carcajadas, de rascarme el culo, de preguntar lo que no entiendo, de opinar lo que pienso, de compartir lo que siento, de pedir ayuda, de ponerme faldas, de ir a la playa, de comer o llorar en la calle, de ir sin sujetador, de pintarme, de salir sin pintar, de bajar a la calle despeinada, de usar esa ropa que dicen que no me pega nada, de llamar a quien echo de menos, de tomar la iniciativa, de decir que no, de decir que sí, de quejarme, de vanagloriarme, de estar orgullosa, de admitir que estoy asustada.
Y, a base de sentirme cada día más avergonzada, entendí que mi vergüenza nunca iba a sentirse saciada. Que toda la vida iba a imponerse entre yo y mi representante impostada. Así que busqué a mi sinvergüenza interna. Y le costó salir un poco, le daba vergüenza. Pero acabó sacándome a bailar, haciéndome dúo al cantar, saliendo conmigo a la calle con la cara sin lavar, animándome a hablar, a ignorar las cosas que me deberían avergonzar...
Y ahora no tengo tiempo para sentir vergüenza. Estoy ocupada viviendo.
Soy Amaia y aquí os dejo una página llena de feminismo y como no.. de esperanza y alegría ;) http://www.faktorialila.com/index.php/es/